Corrida pareja y bien presentada, de comportamiento dispar. Los tres primeros fueron toros-basura, mulos, bueyes o como ustedes gusten llamar y sobre ellos correremos un tupido velo.
El cuarto quedó inédito porque un picapedrero, por nombre Agustín Sanz, clavó la puya en el espinazo del animal y ahí la mantuvo, prefiriendo desgraciar al animal al riesgo de una caída. Antes de esa primera lanzada, no había dado un mal síntoma de flojedad. Del tercio de varas salió inválido y ya no se recuperaría en los dos siguientes. Habría sido interesante conocer el resultado de una exploración post-mortem de la herida en el espinazo.
Pero cuando menos se espera salta la liebre, y la casta apareció en el quinto, un precioso toro aleonado, que empujó con codicia, fijeza y abajo en su largo primer encuentro con el caballo, repitiendo en el segundo, aunque acabase repuchándose y yéndose. Fue pronto y persiguió en el segundo tercio, en el que expuso José Muñoz (que se desmonteró). Humilló y tomó la muleta con codicia, con el defecto de puntear al final de cada pase, que Morenito de Aranda no acertaba a resolver; anduvo el burgalés muy decidido y consiguió mejorar la limpieza de los pases, pero sin mando y con excesivos tirones que no ayudaban a atemperar la encastada embestida de Famoso, que aprovechando la descolocación del diestro, acertó a prenderle por la pierna dejándole algo aturdido, amén de con un puntazo en el muslo. El toro no era la tonta del bote a que estamos acostumbrados, fue aprendiendo, se complicó por la falta de dominio del diestro y acabó a su libre albedrío y pegando tornillazos por el derecho. Al final, Jesús Martínez Barrios niveló su pelea con Famoso gracias a una estocada, entrando por derecho, de efecto fulminante.
El sexto fue un toro de complejo comportamiento, reacio y tardo siempre para acometer, ya fuera a caballo, capote, banderilleros o muleta, y codicioso una vez arrancado, empujando en varas, persiguiendo con mal genio a los peones y repitiendo raudo y galopando en las primeras series de muleta. Jarocho se la jugó de verdad en el tercer par y Fandiño le planteó la faena sin vacilaciones en los medios con la muleta en la zurda, pero sin saber aprovechar ese torrente de embestida de las primeras tandas; después, el toro cantó su mansedumbre tras la cuarta serie, rajándose de forma rotunda.
No he hablado de Leandro. Supongo que no estará contento, y prefiero dejarle en paz con sus cavilaciones.
La aparición inopinada de la casta no fue el unico prodigio de la tarde. Tras la tromba de agua y granizo que cayó pasadas las seis, me adentré en el parque de la Fuente del Berro, solitario, húmedo, cargado de ese olor característico que asoma tras una tormenta, y pintado de los colores de la primavera difuminados por la tibia luz del sol penetrando por entre las nubes en retirada. Fue algo mágico.
Nota: Publicado originalmente en el blog estrapicurciela
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