Dije el otro día, y mantengo hoy, que sin emoción no hay corrida de toros. Pues bien, esta tarde en Las Ventas ha habido una corrida de toros (y pocos son los días en que pueda decirse esto a boca abierta). Nadie ha perdido la atención sobre lo que acontecía en el ruedo, salvo la breve siestecita del quinto, único animal que no estaba marcado con el hierro de Dolores Aguirre.
Todo lo que es hoy Rafaelillo, se lo ha ganado con sangre, sudor, lágrimas, y tragando quina como quien bebe una vasito fresco de agua. Hoy ha vuelto a demostrar, por si hacía falta, que sus zapatillas no tienen dudas.
En su primer toro, a los problemas del fuerte viento, se unía la descompuesta embestida del manso típico de doña Dolores, abanto pero repetidor, al que el picador de puerta -Antonio Muñoz- dejó, en una sóla entrada, seis agujeros repartidos por la piel, y ninguno en su sitio. Inició la faena genuflexo y obligándole por bajo, le consintió en la segunda tanda fuera del abrigo de las tablas y a partir de ahí consiguió series aceptables de redondos en las que, sin embargo, no hubo apreturas. [Hago un inciso. En física, cuando se estudia el movimiento circular, se enseña la diferencia entre las fuerzas centrífuga y centrípeta, la primera de las cuales empuja al objeto lejos del centro de rotación (huye del centro), y la segunda es de tendencia opuesta y evita que el objeto siga una trayectoria rectilínea]. Aplicados estos conceptos a la tauromaquia, podemos afirmar que en la embestida de los mansos de doña Dolores, la fuerza centrífuga se impone a su opuesta, y debe ser el diestro el que corrija el desequilibrio aplicando la centrípeta, es decir, toreando para adentro. No hizo tal Rafaelillo, que abusó de los extremos de la muleta y las series quedaron un tanto "centrífugas". Mató de estocada habilidosa sin pasar, no sin que la puntilla volase por los aires por un derrote de Langosto desde el suelo.
El cuarto, ofensivo como los condesos, empujó fijo y abajo en los dos encuentros con el caballo, pero del segundo salió suelto. Se movió en palos Guindoso y comenzó gazapeando el último tercio y doblando por tres veces las pezuñas, pero repitiendo y humillado. Anduvo firme con él Rafaelillo y el toro dejó sus defectos y mostró su enorme calidad (léase, nobleza), humillando y buscando la tela con codicia. Lo mejor fue una serie entre las rayas del 10, pero Rafaelillo no redondeó con la zurda y acabó abusando del toreo de tiovivo. Tras echarse la botella de agua por el cuello, agarró la espada y no consiguió más que un pinchazo hondo que los peones, astutamente, aprovecharon para que fuera definitivo.
Dejó Fernando Cruz que al escurrido segundo, Iturralde -un buen picador, siempre atento a su matador- le diera lo suyo en dos puyazos en los que, además de derribar en el primero, empujó con más genio que bravura. Antes, se había escupido al sentir el hierro del picador de puerta. Se aquerenció Tosquetito en tablas y planteó problemas a los banderilleros, que hicieron sendas pasadas en falso antes de dejar los dos primeros pares. Yo dudaba que se decidieran a parear al sesgo, como demandaba el animal, pero afortunadamente Juan Navazo lo entendió así y se fue decidido a las tablas del uno. Yo esperaba que solventara la situación con un par de sobaquillo. Navazo inició su carrera hacia las rayas del 10, y cuando llegaba al burel, hizo una especie de cuarteo, se paró en la misma cara, cuadró, elevó las banderillas al cielo y enérgicamente clavó los arpones reunidos en lo alto del animal, para seguidamente escapar hacia el burladero de matadores, porque de allí, a tres metros de las tablas, era imposible salir andando. Un soberano par de banderillas que quedará en mi recuerdo para siempre, y que fue premiado con una de las mayores ovaciones que la plaza de Las Ventas haya dado a un banderillero [véase la secuencia gráfica en el magnífico reportaje del blog de Rafa Carlevaris, del que está extraída la foto]. Intentó Fernando Cruz sacarlo al tercio, pero el toro quedó muy a la defensiva y sin opciones. Acabó echándose en lo más recóndito de su querencia de manso: la puerta de chiqueros.
Joselillo pechó con un cariavacado, algo zancudo y abanto ejemplar de doña Dolores, manso en el caballo, donde no hizo sino cabecear, y que le robó el capote en un intento de quite. José Mora y Mellinas resolvieron, con más eficacia que acierto, la tarea de banderillear a este tercero de la tarde, que correteaba descompuesto por el ruedo. En la muleta iba de lejos y humillaba, pero se quedaba corto. No supo el diestro vaciar su embestida, lo que unido a los problemas que ocasionaba el viento al flamear la muleta seca, le puso en muchos problemas. Demostró Joselillo tanto valor como poco oficio y mató de estocada fulminante, tras una anterior que hizo guardia y un pinchazo.
Me quedan el quinto y el sexto, que bien pudieron quedarse en la dehesa. El quinto, de Fernando Peña, feo como no ha parido vaca, pasó de sobrero el sábado a titular el domingo. No era toro, sino un buey de carreta, que no había perdido siquiera el pelo del invierno. El sexto, de tan extraño nombre -Argelón- fue un malaje de cinco años y seis yerbas, más ancho de pecho que un percherón. Salió emplazado y ni una sola vez pasó en capotes o muleta. Rehusó siempre que pudo la pelea, a pesar de lo cual el personal quiso que lo pusieran de largo en el caballo. Tanto escarbó, y con tal energía, que a poco provocara una marea negra si Las Ventas estuviesen en el Golfo Pérsico. Entró tres veces y derribó dos sin apenas esfuerzo, ensañándose con el penco caído con tanto ahínco como velocidad en su posterior huída. Juan Martín Soto, visto lo visto, decidió que lo mejor era ponérselas por unidades. Joselillo, víctima de la necesidad y de esa concepción del toreo actual de que a todo toro, sea de la condición que sea, hay que darle derechazos y naturales, acabó en el hule. En otros tiempos, la cosa se habría resuelto haciéndole crujir el espinazo con la muleta en los costados, y el personal lo hubiera aplaudido. Eran otros tiempos.
Hablar hogaño de una corrida de toros que ha tenido movilidad y poder, es casi ciencia ficción. Dudo incluso de que ayer domingo no me quedase dormido en el sofá y todo esto no sea sino fruto de los sueños de una siesta de primavera.
Nota: "Uno al sesgo" fue el seudónimo que utilizó Tomás Orts Ramos, una de los críticos influyentes de la primera mitad del siglo pasado.
Nota: Publicado originalmente en el blog estrapicurciela
Comentarios a esta entrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario