viernes, 7 de junio de 2013

Saludo al pasado en la "Beneficencia" (Miguel Moreno)

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Rafael de Paula en el tendido alto del 7, en la corrida de la "Beneficencia" de 2013.
Imagen tomada del  blog de Rafa Carlevaris

(A mi hermano Jose, que lo descubrió conmigo
 y desde entonces vive con él)

Le hicieron saludar confundido entre el calor y el guirigay del tendido alto del “7”. Saludó con un sombrero tipo panamá que sujetaba con su mano derecha, casi no sonreía y tenía su sempiterna toalla blanca rodeándole el cuello de su camisa aparentemente blanca. Yo estaba en el “10” con Paloma, ocupando los abonos de mi hermano Jose (¡Qué grande me parecen Las Ventas desde allí!). No reconocí a Rafael al principio y eso que un momento antes hablaba a Paloma a cuento de otras tardes suyas de Beneficencias esculpidas con emociones. Me enteré después cuando se lo oí decir a un veterano aficionado caminando por la primavera de la calle Doctor Esquerdo; fue un momento antes de encontrarnos con Paquita, mujer de José Luis Acuña, acompañada de la hija de ambos; andábamos buscando una expendeduría de confidencias y de cervezas frías. Perezoso empezaba a nublarse el cielo madrileño de cárdeno, como aquel toro de Buendía al que le hizo un quite interminable la víspera de mi cumpleaños de 1987. El toro le pertenecía a Ortega Cano y el arte a Rafael, aconteció antes de que saliera “Corchero”, de Benavides. Aquella tarde otoñal también estaba nublada y llevaba un vestido corinto y azabache para sustituir a Julio Robles. Llevé a mi hermano Jose -un crío- a esperarle a la puerta de cuadrillas. Se bajó de un viejo y destartalado Dodge Dart que conducía Eugenio, su mozo de espadas, le flanqueaba su fiel José Rivero, “Pepón”. Sonrió melancólicamente ausente. Y como nunca antes le vi sonreír le dije premonitoriamente desmadejado a mi hermano chico: “¡Hoy la arma!”

Saludaba con la mirada perdida en el infinito a su pasado; no saludaba a su indolente presente, ni siquiera a su futuro inexistente. Blandía su sombrero en alto y miraba hacia el Oeste, donde se adormecen con el sol los Dioses del Toreo. Nadie pareció adivinarlo, ni siquiera lo imaginaban y mucho menos lo intuían, pero él saludaba a su pasado y al nuestro. Su pasado de grandeza humana íntima y de renuncia torera, de bella esperanza y de miedo previsible, de rodillas rotas y tartamudeo emocionado. Aquel pasado de cintura rota y muñeca partida que te dejaban pensativo y provocaban que las curvas de sus pases fueran infinitas, eternas, sublimes. De inacabadas caricias eran, de titubeos finales que le daban a su obra la imperfección del genio. Y se enamoraba toreando. Uno no puede torear bien si no está enamorado, me decía en La Jara mirando el vuelo de los pájaros al atardecer mediterráneo.
Hay que amar para torear bien y transmitirle al toro tu amor para que él se convierta en cómplice de tu obra apasionada, inolvidable y efímera. Luego calló.

Todo arte es una revelación secreta, una maravilla nueva y desconocida. Un sobresalto de placenteras sensaciones que saboreas cuando todo ha pasado y tornas a ser feliz cuando te vuelve a asaltar su recuerdo. La gente iba a ver torear a Morante porque alguien les había dicho que torea con arte, que es único, que es genuino, que es sorprendente… Incluso ellos mismos lo habrán comprobado una tarde que sintieron por aproximación aquello que un poeta les contó. Este, para mí, es un descubrimiento del arte por inducción, que no por revelación milagrosa. La maravilla del arte es cuando te encuentras con él de sopetón, de bruces y mano a mano con tu soledad, como si estuvieras ante un abismo de emociones que te deja indefenso y aturdido. Lo descubres sin mediar formación intelectual, ni cultural, ni espiritual alguna. Así me parece que descubrí yo el arte: mediante la revelación de Rafael de Paula (y V de Alemania). Y aquello me trastornó, me transfiguró y marcó mi vida ya para siempre. Y no exagero un ápice. Soy todo lo sincero que puede ser un hombre ignorante e inseguro dominado por la emoción y el sentimiento del arte. Yo descubrí todas estas cosas en mi pasado ingenuo. Y Rafael de Paula, también. Por eso él saluda siempre a su pasado porque cobija el arte que le hace vivir. Ese encanto de un pasado asombroso me lo recuerda en numerosas ocasiones mi hermano, a la sazón un niño conmovido, ahora un hombre luchador. Y desde entonces nunca podemos evitar sonreír felices mientras lo vemos pasar volando enamorado.


Miguel MORENO GONZÁLEZ

1 comentario:

Anónimo dijo...

El Arte como espectador.

Me corto la coleta

Puede parecer pretencioso servirme de esta frase, reservada para los que del enfrentamiento con el toro han hecho su oficio, pero permítase...