domingo, 7 de febrero de 2010

¿Quién nos defiende de la autoridad?

Sí, el titular es algo parecido a volver por pasiva esa pregunta tanta veces oída que surgía del 7 en Las Ventas: ¿a quién defiende la autoridad? En realidad todos sabemos que no era una interrogación, sino una pública protesta que, ante una decisión injusta (generalmente, permitir la salida al ruedo de un animal sin trapío o mantener en la arena un semoviente no apto para la lidia), dirigía al palco Salvador Valverde, “Salva”. He podido ver que la blogosfera anduvo atenta a la noticia de su muerte, el pasado miércoles 3 de febrero, pero yo no me enteré hasta la noche del jueves por las palabras de recuerdo que le dedicó don Rafael Cabrera en la presentación de la conferencia “Pensando en Manolete” que pronunció don Fernando del Arco de Izco en el Aula de Tauromaquia del CEU.
Allí había ido -a pesar de que la escuela del diestro cordobés no es mi preferida-, porque la alternativa de Casa Patas era perfectamente desechable (de cuvillos ya tenemos sobredosis). Y me alegré de asistir a la conferencia por la brillantez con que la pronunció el Sr. del Arco: apasionada, bien estructurada, amena y de excelente prosodia. Un buen resumen puede encontrarse en El Rincón de Ordóñez. Su visión de Manuel Rodríguez fue amplia y recordó, no sin intención, que alternó habitualmente con las demás figuras de su época y se anunció profusamente en todas las plazas importantes, recalcando el ambiente crítico con que se topaba en muchas de ellas. Mas no fue completa porque obvió el hecho de que Manolete lidió predominantemente utreros y astados afeitados, aunque no tuvo ningún empacho en reconocerlo a las preguntas posteriores de dos asistentes. Y traigo todo esto a colación aquí, porque me sorprendieron los aplausos que saludaron la intervención de otro asistente cuando ensalzó a José Tomás, hasta el punto de manifestar con énfasis y repetidamente que no sólo aplaudía al de Galapagar cuando lo veía en la plaza, sino que además “berreaba”. Por el contrario, cuando un aficionado aludió al afeitado en la época de Manolete, lo que se oyeron fueron algunos murmullos de desaprobación por la pregunta. Si esto sucede en un lugar donde se supone que se reúnen aficionados curiosos y juiciosos, es fácil entender qué tipo de público predomina en nuestros cosos. En alguna que otra entrada del blog me he referido a la exigencia de los aficionados con todas las figuras en todas las plazas importantes. Esa exigencia ha decaído en nuestros tiempos hasta el punto de estar en inminente peligro de extinción. Y así hemos llegado a los momentos actuales, en que al progresivo descastamiento de la cabaña brava (sólo los que confunden bravura con nobleza pastueña pueden decir que el toro actual es el más bravo de la historia) se ha unido otro descastamiento paralelo: el de la afición taurina.

He hecho esta digresión para llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de oponer un contrapeso (por molesto e inoportuno que a veces pueda resultar) a la complacencia, cuando no connivencia, de la autoridad (palco y Cuento de Arreglos Taurinos), de la crítica taurina (que nunca rayó a un nivel tan bajo), y de los públicos (espectadores, los del clavel e, incluso, algunos aficionados), con la imparable imposición por los taurinos de un espectáculo manipulado y cada vez más alejado de su esencia primigenia, basada en “la Lidia” y no en la supeditación de todos los elementos, toro incluido, a la mayor gloria y comodidad del torero. Con la desaparición de Salva ha empequeñecido un poco más ese necesario contrapeso, que urge compensar con nuevos aficionados que impidan la definitiva inclinación de la balanza hacia el lado del taurinismo.

Concluyo respondiendo a la pregunta inicial: no hemos de confiar en que alguien nos ampare; estamos solos y sólo nosotros podemos defendernos. No dejemos de hacerlo.
¿Toros o aficionados?
No, ovejas en el castañar de Casillas (Avila)

Nota: Publicado originalmente en el blog estrapicurciela
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