(A mi compañero de localidad, Manuel Muñoz,
que con su mirada lo dice todo)
CUARENTA ABONOS DE SAN ISIDRO
Acabo de adquirir mi abono número cuarenta de la Feria de San Isidro. Si mal no recuerdo el primero fue el correspondiente a la Feria de 1978; aunque desde 1973 asistía regularmente a los toros en feria y fuera de ella. Entonces no había ningún problema para sacar las entradas que te apetecieran, los abonados no llegaban a cinco mil. Años hubo que yo comenzaba la temporada en marzo y acababa en octubre, prácticamente asistía a todos los festejos que se programaban en Las Ventas, sin contar a los que iba fuera de Madrid, que también eran unos cuantos. Guardo aún los programas de mano (junto a las entradas, muchas se las pasé a un coleccionista valenciano), que comenzaron a repartir, creo recordar, en 1979. Antes tenías que averiguar quiénes eran los lidiadores por tus propios medios; para facilitarme dicha labor me compré unos prismáticos muy grandes con los que descubría el nombre de los subalternos grabado en sus capotes, también distinguía a los presidentes por sus caras primero, y luego por sus nombres al leer el acta de la corrida pegada en un tablón del Patio de Arrastre. Me llevaba bien con uno de ellos, Luis Espada Simón, que incluso me invitó a presenciar algún apartado en los corrales acompañando a los protagonistas de la tarde. Me llamaba González y me sonreía…
Entraba a la plaza por la Puerta de Cuadrillas para ver la expresión de los lidiadores y salía por la Puerta de Arrastre para escuchar las opiniones de los aficionados más conspicuos. Algunas veces me dejaba llevar por mi ímpetu irrefrenable y lanzaba voces admonitorias al ruedo. De alguna de ellas se hicieron eco al día siguiente diarios como Pueblo, Ya, Diario 16, El País, La Tarde. Una frase de aquellas (¡Usted tiene lo que a los demás les falta: Torería!), la reflejó el insigne Joaquín Vidal en El País, se la dediqué a Luis Francisco Esplá y con gran alegría comprobé personalmente que aparecía en la sala a él dedicada en el Museo Taurino de la Plaza de Alicante. ¡Enhorabuena, ganadero!, le grité a Cuadri (Diario 16, Ya…), durante una de sus más memorables corridas. ¿Cúando empiezas a torear? (La Tarde), le chillé a J. Mª. Manzanares, padre, en una de sus numerosas corridas de abulia e indolencia. Luego llegó Internet y los móviles y fue otro cantar… Pero yo sigo rememorando mis juegos infantiles del toro. Este año me llamó mi hermano Jose para ver los trabajos que estaban realizando en los corrales y los chiqueros venteños. Y como hago siempre que visito una plaza de toros, me perdí por esos vericuetos imaginando lo mismo que cuando era niño. Descorría cerrojos, abría puertas, llamaba a los animales, subía corriendo para abrir las trampillas de los chiqueros y ponerles la divisa. Y después… después los soltaba al ruedo y oía el clamor de admiración de los espectadores al verlos aparecer. Y así hasta que me llamaron. Se iban a comer.
He vivido maravillosos acontecimientos taurinos que siguen sobresaltándome. Me he emocionado infinidad de veces en la plaza y desde la primera vez que me ocurrió siempre vuelvo a los toros pensando que me encontraré de nuevo con esa emoción. Desde niño guardo (y los abrigo) recuerdos toreros. Los primeros en Cadalso (Zoílo, Arruza, Platanito…) En Madrid comenzaron el 10/08/68 y acabaron, por ahora, con la magistral actuación de Enrique Ponce en mayo de 2016, en toda la tarde pude contener las sensaciones placenteras que este maestro me transmitió. Entre una y otra fecha, se jalonan obras de arte de Paco Camino, Puerta, Antoñete, Manolo Vázquez, Ruiz Miguel, Juan Mora, Rincón, Aparicio, Bote, Pauloba, Joaquín Díaz José Tomás… Y sobre todos ellos, toreando en otra dimensión inalcanzable para los mortales: Rafael Soto Moreno (Rafael de Paula), nadie jamás de los jamases toreará como él; nadie, como él, nos hará sentir eternos con su arte; nadie me trató con tanto cariño como él. Él fue el encargado de demostrarme que el toreo es un arte excelso pero efímero, que únicamente habita en la memoria. Él lo vive como el Sumo Pontífice de un sacrificio inmortal.
Cobijo fechas gloriosas; toreros de leyenda que realizaron trasteos para la historia de mi vida taurina; banderilleros eficaces que te hacían degustar la precisión de sus lidias y la pureza de sus pares de banderillas clavados dando todas las ventajas al cornúpeta; puyazos enormes cogidos de largo y lanzando la vara al morrillo del burel para ir frenando su brava acometida; vueltas al ruedo lentísimas dadas a bureles que fueron ejemplos de consumada bravura, que se crecían en el castigo adverso y morían dando ejemplo de lucha, de nobleza y de superación; tardes de una emotividad insuperable y otras insufribles con broncas y pañuelos verdes; así como varias cuajadas de enseñanzas y anécdotas que iban forjando mi afición; incluso presencié la salida, por error, de dos, sí, dos toros a la vez al ruedo en cómplice camaradería.
Viví jornadas de San Isidro en Las Ventas desde la hora del apartado hasta los coloquios nocturnos que se celebraban en salones de periódicos (Pueblo), discotecas, tablaos, centros culturales, hoteles… que finalizaban de madrugada entre copas, conversaciones sobre cánones y titubeantes lances al viento. Puedo dar nombres de expendedurías de licores, de confidencias y de artistas que han alimentado esta pasión mía en el albero y en la andanada, pero no quiero aburrir en exceso. Me paraba disimuladamente a oír hablar a maestros míticos como Domingo Ortega, Marcial Lalanda, Luis Gómez, “El Estudiante”, Ángel Luis y Pepe Bienvenida, Dámaso Gómez, Ángel Teruel, Antoñete, Andrés Vázquez… Una tarde de 1988 presencié debajo de mi localidad de la Andanada 4, la mortal cogida de un toro de Arribas al banderillero Antonio González Gordón, “El Campeño”. Al salir de la plaza innumerables reflexiones pasaron por mi cabeza y analicé hechos que nunca antes me había planteado…
Las tardes de lluvia nos refugiábamos en los desaparecidos quioscos de la explanada y, bajo los toldos, entre cerveza y cerveza, escuchábamos a los veteranos aficionados (“Cheli”, Malagón, “Gildo”…), narrarnos faenas sublimes que les dejaron una huella indeleble en el corazón. Yo haré algo así cuando sea como ellos, pensaba. Me equivoqué, ya casi no hay chavales que quieran oír hablar de toros como yo oía y leía a mi crítico favorito, Alfonso Navalón Grande; aunque el que me enseñó a ver una corrida en plenitud fue el cronista talaverano Gregorio Corrochano, con su libro: ¿Qué es torear? que, curiosamente, me regaló una francesa, profesora de francés, en Argel y que un verano siguió al torero aragonés Fermín Murillo. Disfruté enormemente asistiendo a conferencias de aficionados ilustrados, no sólo en Tauromaquia, sino además en el saber humano y en el de las Bellas Artes. No puedo olvidarme de Santiago Amón, cultísimo aficionado y diseñador de la bandera de la Comunidad de Madrid. Todo ello me animó a escribir de toros, hablar de toros, hacer radio de toros… Todo mal, de acuerdo, pero yo lo acometía con tal entusiasmo que me hacía disfrutar y vivirlo con un apasionamiento tal que me imaginaba que era otra vida distinta a la de a diario.
No sé si alguna vez me dará por escribir tamaña cantidad de experiencias vividas al socaire del toreo. Lo desconozco, tengo días que lo veo posible, otros ni me lo planteo. Cada vez busco más el sosiego, el reencuentro conmigo mismo en lugares apacibles, la observación de la Naturaleza y las cosas de la vida, el recuerdo de mis amores perdidos y actuales, el vuelo de los pájaros y el canto del ruiseñor, el fluir de las torrenteras, la soledad melancólica… Y también me vienen ganas de pedir perdón. Ahora, cuando los años le hacen a uno más reflexivo, reconozco mis yerros de la juventud. Esa juventud que me llevaba demasiado deprisa a ninguna parte. No oí a quien quiso frenarme desde la barrera para avisarme de que yendo despacio se aprende mejor a ser humilde. Por eso pido perdón. Perdón porque debí aprender más de quien más sabía; perdón porque pensé que sólo yo estaba en posesión de la verdad y juzgué que era el más ilustrado en Tauromaquia; perdón por la pesadez de mi verborrea taurina arrogante; perdón por mi atrevida ignorancia que me hacía ser descortés. Perdón porque vivo una vida imaginando otra que me hace ver las faenas al revés. Son más emocionantes…
Miguel MORENO GONZÁLEZ
2 comentarios:
Ameno escrito. Pero todo va cambiando a peor, o reaccionan rápido o esto desaparece.
Corucho
Miguel. Excelente repaso taurino.
Felicidades Miguel, ya eres SENIOR.
Permíteme dos comentarios. Uno que no nombras a Paco Ojeda. Para mi junto con Antoñete y Jose Tomas, son los que han sentado cátedra recientemente. El otro es lo que tú ya sabes del torero gitano Paula. Si, muy artista en cuentagotas pero nada más….
Un abrazo.
J.M.
Publicar un comentario