Un jovencísimo Mozo en Madrid, 1946
Había quedado con él una semana antes. Empezaba el otoño de 2010. Me abrió la puerta de su casa una gentil empleada que, sin dilación y a través del típico pasillo de los pisos de los años cincuenta, me hizo llegar hasta el salón. En seguida, por otra puerta, apareció la inconfundible figura de Mozo.
Siempre erguido, me extiende la mano y me invita a sentarme donde más guste. Elijo acomodo en el sofá. Él lo hace en un sillón.
M.- Tú dirás.
Abro el tomo del Cossío por el apellido Rubio.
C.- Aquí dice, cosa que ya sabía, que usted nació en Nombela el 7 de abril de 1921 y...
Me interrumpe:
M.- Bueno, los del Cossío no me preguntaron nada. Por cierto ¿quieres un café u otra cosa?
C.- No, gracias, ahora no. Vayamos al tema. Todo el mundo le llama “Mozo” ¿Por qué?
M.- A los 3 años ya me llamaban con ese mote, y siempre ha sido así, sin que hubiera ningún antecedente familiar. Hasta mi mujer me llamaba así. No supe que me llamaba Epifanio hasta que me alisté para la mili. Después, también llamaron “Mozos”, cuando siguieron mis pasos como picadores, a mis hermanos Mariano y Ladislao; bueno, a este le conocieron por “Chiquilín”. Éramos seis hermanos, siempre alternados niño y niña, porque se ve que mis padres, Ladislao y Tecla, hacían muy bien los recados.
C.- ¿Qué recuerda de su infancia?
M.- A los 7 años estaba en “El Alamín” (una finca situada entre Villa del Prado y Almorox) cuidando cerdos. Recuerdo la Guerra en Nombela, cuando el jefe de los milicianos ordenó colocar las metralletas y luego se pasó a los nacionales en octubre del 36. En 1937 me empleé en “La Companza” con la madre y el suegro de Domingo Dominguín. El resto de la familia de los Dominguines estaba en Portugal. Al final resulta que he sido picador por un real, porque me fui a trabajar en la viña de “La Companza” por 25 céntimos que me ofrecieron por encima de las 3 pesetas que estaba ganando por varear bellotas en “El Alamín”.
Mozo y su hermano Mariano (de espaldas) 1965
C.- ¿Y cómo se llega a picador desde jornalero del campo?
M.- Cuando los Dominguines llegaron de Portugal oí por primera vez la palabra “picador”; ten en cuenta que en Nombela no había festejos de toros, sólo capeas donde actuaban algunos de la zona, como "el Cacharrero" de Escalona, que luego echaban el guante. Y son ellos los que me dicen que siendo picador podía ganar 400 pesetas. Yo les pregunté, incrédulo: “¿pero de una vez?” porque esa cantidad no la veía yo en varios meses juntos.
C.- Y usted dijo que sí.
M.- Tuve que esperar, porque al acabar la guerra los Dominguines se fueron a América y yo tuve que hacer tres años de mili en Madrid. Para saber lo que era un picador, una tarde me gasté 2 pesetas -cuando me daban dos reales al día en el cuartel- en una entrada de andanada de Las Ventas. Aquello no me pareció tan difícil. Un día, casualmente, me encontré en la estación a la madre de los Dominguines, que me invitó a pasar por su casa de la calle del Príncipe. Allí me reencontré con Pepe y Luis Miguel, que me preguntaron si me atrevía a picar. Yo les respondí que, a salir a la plaza, sí.
El Viti, Chaves Flores, Barajitas y Mozo, rumbo a América en 1963
C.- Y salió.
M.- Bueno, aquello no era como hoy. De hecho, si Corcuera hubiera sido ministro antes que yo picador, no lo habría llegado a ser, porque fue su Reglamento el que quitó la figura del picador de reserva, que es como empecé: fui a una cuadra de caballos y me apunté al Sindicato de Picadores, donde me dieron el certificado de aspirante a picador de reserva. Por entonces, había dos picadores de reserva, además de los seis de las cuadrillas, que se alternaban y daban el primer puyazo de cada toro con los caballos que les asignaban, que solían ser los peores, por lo que cada entrada se saldaba con caída. El aspirante era el noveno picador y a lo más que aspiraba era a hacer el paseíllo. Cuando reuní diez carteles en los que estaba anunciado, firmados por dos picadores, me fui al Sindicato y ya me dieron el carnet de picador de reserva.
C.- Supongo que habría entrenado en el campo.
M.- ¡Qué va! Debuté en Toledo el día del Corpus de 1945 (aunque el Cossío diga el 46), un 22 de junio, con los tres Bienvenidas, ganando 200 pesetas como picador de reserva. Esa fue mi primera vara, ¡sin haber nunca probado en el campo! Tampoco había montado regularmente caballos, aunque sí burros y mulas. Después toreé dos corridas y una novillada en Badajoz, y me volví con 550 pesetas: 200 por corrida y 150 por la novillada.
C.- Eso era una fortuna para usted, ¿no?
M.- Eso no fue todo. Después, en septiembre, toreé con los tres Dominguines en Mora de Toledo, en un festejo picado, que habían montado para que Domingo pudiera seguir presidiendo el Sindicato de Toreros, y nos invitó a cenar a toda la cuadrilla en “Casa Alberto”, una taberna en la calle Huertas, en frente de la calle del Príncipe (la casa familiar de los Dominguines estaba en el nº 35) y nos dio a cada uno 1.000 pesetas, que es lo que ganaban los del grupo especial. Así que en cuatro meses gané 1.750 pesetas de las del año 1945 y me creí el rey del mundo.
C.- ¿Y ya siguió con los Dominguines?
M.- No, volví a picador de reserva y toreé como agregado en Zaragoza, porque allí no había picadores de reserva. Luis Miguel me dio un préstamo para comprarme el traje de picador, que le devolví con servicios, como llevarles los caballos desde “La Companza” a los lugares donde había carreras de galgos, a las que era tan aficionado. En una ocasión fuimos a Retamares, y vi dos tarifas: una de 10 y otra de 25 pesetas; al no saber, elegí de la de 25, que consistía en que te llevaban hasta el campo un bocadillo y el vino. Luis Miguel me reprochó que hubiera elegido ésa. Así que, al día siguiente, en la Cava Baja, donde me hospedaba, entré en una carnicería y pedí medio kilo de jamón y otro de lomo embuchado, compré unas hogazas de pan, vino y unas naranjas, me lo llevé a Retamares, y triunfé, porque comimos mejor y ahorré dinero, y eso que pagaba el “Estado”, es decir Luis Miguel. A mí Luis Miguel me daba el dinero y nunca me echó cuentas de los pagos.
C.- ¿Siempre estuvo unido a esa familia?
M.- Tres hermanos fueron muy importantes para mí. Pepe Dominguín me enseñó a leer y a escribir, porque nunca fui a la escuela; Luis Miguel me dio trabajo y Domingo mis primeras mil pesetas. Recuerdo que en “La Companza” los tres se jugaban con los criados a las cartas unas puches, o gachas dulces. Si perdían, distraían de la despensa unos botes de leche condensada para hacerlas. Tan unido estuve a la familia que después de morir los cinco hermanos Dominguín, reuní a los nietos, a comer unos huevos con morcilla en “La Alemana”, ya sabes, la de la Plaza de Santa Ana.
C.- Así que aprendió a picar en la plaza.
M.- Bueno, se aprende a caer antes que a picar. Pero hay algo fundamental para picar, que es saber que la pelea con el toro es como con las personas: si uno da un paso atrás, el otro se crece.
Ratón, Mozo y su hermano Chiquilín. Bogotá, 1959.
Le miro por si es hora de ir abreviando, pero Mozo sigue hablando sin dar síntomas de cansancio ni aburrimiento.
C.- ¿No tenía miedo al principio?
M.- No, yo sólo he tenido miedo al fracaso, pero nunca a los toros.
C.- Hábleme de sus muchos viajes a América.
M.- Mi primer viaje a América fue por mar en 1949: 28 días de viaje hasta Perú, que los di por bien empleados sólo por conocer el canal de Panamá, algo grandioso. Me llamó la atención la enorme miseria que había en Perú y las desigualdades sociales; y eso que en aquella época en España el nivel económico era tan bajo que ni siquiera te ponían un terrón de azúcar de más con el café. Al año siguiente hubo un terremoto que destruyó Ambato, en Ecuador, y en aquella época la ayuda internacional no era tan eficaz como ahora. El gobierno español para ayudar a Ecuador habló con Luis Miguel que organizó una corrida en el aeropuerto de Quito, y me encargó que fuera a ver al ministro de Asuntos Exteriores. Imagínate, yo allí en los salones del palacio de la plaza de Santa Cruz, que aún no se me había caído el pelo del campo. Pregunté por el ministro, me llevaron a su despacho y me entregó cuatro cartas y me facilitó un camión con cuatro cajones. Primero, me fui a Salamanca y canjeé las cuatro cartas, sin abrir, por otros tantos toros de Los Moleros, Antonio Pérez, María Montalvo y Atanasio Fernández. Me llevé el camión a Cádiz y, junto con otros tres toros de Gandarias, Prieto de la Cal y Juan Pedro Domecq embarqué rumbo a Caracas. A mitad del camino el capitán del barco me hizo llamar para comunicarme que no le dejaban atracar ni en Venezuela ni en Cuba (donde gobernaba Batista), con la excusa del peligro de contagio de la fiebre aftosa, pero en realidad era la falta de relaciones diplomáticas con USA, que mandaba en toda sudamérica. Al final, y con bastantes días de retraso (tuve que escuchar pitos de los pasajeros cuando se enteraron), atracamos en Curaçao. En Quito la corrida fue tan bien, que al tercer toro ya habían paseado a hombros a los tres matadores (Félix Rodríguez, Pepe y Luis Miguel Dominguín) junto con el embajador de España, entre gritos de ¡Viva la Madre Patria! Se me puso un nudo en el corazón. Al final enterraron en cal viva a los 7 toros, por lo de la fiebre aftosa. También puse la primera vara en la Monumental de Iñaquitos (Quito, Perú), en la inauguración el 05/03/1960.
C.- ¿Cuándo empezó en la cuadrilla de Luis Miguel?
M.- En 1951, a raíz de verme picar un toro de Atanasio en Zaragoza. Antes había estado con Dámaso Gómez y Pepe Dominguín. Luis Miguel y El Viti han sido los dos matadores con los que más tiempo he estado. Los dos fueron muy buenos toreros, muy buenos matadores y muy buena gente. Pero siempre estuve unido a Luis Miguel; cómo sería que un periodista escribió que Luis Miguel no se llevaba un picador a América, sino un criado.
Mozo, Miguel Gil, El Viti y Chaves Flores. Cali, 1966.
C.- ¿Cuándo se casó?
M.- Estuve dos años de novio con Carmen, también de Nombela, y me casé el 18 de octubre de 1952, después de picar en Guadalajara el 16. Cuatro días después de la boda, el 22, me fui para América hasta marzo, de modo que los primeros cinco meses de casado los viví lejos de mi mujer. Al reencontrarnos, ella incluso estaba vergonzosa.
C.- ¿Le acompañaba habitualmente su mujer a la plaza?
M.- (Sonriendo) Creo que nunca me vio picar. La verdad es que el toreo es una profesión que no permite tener la cabeza en otra parte. Se nota cuando algún torero tiene algún tipo de problema. En la feria de Sevilla de 2010 se lo noté a El Cid, y se lo dije a mi hijo: este hombre tiene algún problema. Recuerdo que Paco Camino tuvo dos cogidas cuando se divorció de su mujer mexicana, la hija de Rodolfo Gaona. Además, en agosto y septiembre apenas podía ir por mi casa: se empieza en las Colombinas, Valdepeñas, etc. Franco iba mucho a los toros en La Coruña, San Sebastián, Madrid...
Mozo picando en la plaza de Querétaro. 1964.
C.- Se ha hablado mucho de la relación de Franco con Luis Miguel.
M.- Verás. Sobre 1950 construyeron la placita de toros de “La Companza” donde se dieron muchas fiestas, la mayoría para extranjeros. Incluso llevaban vacas de Antonio Pérez, que luego devolvían. Luis Miguel lo mismo cazaba con Franco que con Picasso en Francia y en Méjico, etc. Rafael Alberti viajaba por Sudamérica como uno más de la familia. Hemingway era más de Ordóñez, porque había conocido a su padre en la guerra. En “Villa Paz”, la finca de Luis Miguel, también se daban fiestas. Una vez fue la hija de Franco con un abrigo de visón. Llegó a haber fiestas de tres soles. Pero allí se arrimaba mucha gente que decían ser amigos de Luis Miguel. A uno de estos me lo encontré en la Gran Vía y al enterarse que no le habían dicho nada de una fiesta, se enfadó; imagina qué clase de amigo.
C.- Los triunfadores siempre tienen “amigos”...
M.- Alrededor de los toreros hay muchos soplapollas. Recuerdo que una vez Luis Miguel toreaba una corrida de Manolo González (que fue aparcero en “El Alamín”), con el que estaba enfadado, y no quiso que los toros brillaran. Un amigo de Manolo González, que tomaba una copa de anís, responsabilizó a los picadores, y Luis Miguel le interrumpió diciendo que el único culpable era él, y le apostó una cena a que la próxima vez cortaba las orejas.
C.- Y las cuadrillas ¿de qué hablaban?
M.- En los viajes por esas carreteras en verano y con gasógeno, lo que se intentaba era dormir, porque si hay que hacer un viaje de Cáceres a Nimes hay que viajar toda la noche.
C.- ¿Qué anécdotas recuerda?
Se queda pensativo, como intentando seleccionar algunas.
M.- Toreé con Cagancho un año por cogida de Luis Miguel, y le llamó para pedirme: “oye, ese mushasho que anda contigo mandamelo para torear una corrida en Ciudad Real” (en las que se quedaron tres toros vivos, uno que tardó mucho en entrar a los corrales, otro que Cagancho dijo que no lo toreaba y el último que no se soltó por falta de luz natural) ¡Qué bien entraba de espaldas Cagancho en el burladero! En una ocasión un picador no acertaba y dijo Cagancho: “¡a este le das un corcho de alfileres y un barril de aseitunas y no pinsha ni una!” Y tuve que picar el toro porque, de lo contrario, Cagancho dijo que no lo mataba.
Portada de ABC. 3 de octubre de 1952
C.- ¿Estaba usted el día que Luis Miguel picó un toro vestido de luces?
M.- Eso fue en Vistalegre. Me dijo: ¡Échate abajo, Mozo! y puso la primera vara; la segunda, ya piqué yo. Tenía mucha personalidad. Recuerdo una tarde en “La Alemana” cuando Carrasquero, empresario de Maracay, le preguntó: “¿por qué no toreas, matador?” Y respondió: “porque no me pagáis”. Insistió el empresario y le ofreció dos tardes a 25.000 dólares cada una. Pidió 48 horas para pensarlo y terminar aceptando los 50.000 dólares más 5 pasajes de ida y vuelta . Pero preguntó: “¿Y esto quién lo firma?” Y terminó haciéndolo el embajador de Venezuela. No acabó ahí la cosa, porque hubo otras dos en febrero, en Panamá, Guatemala, México,… 16 en total. En Panamá hicimos casi de comadronas, con Domingo Peinado, cuando nació el hijo de Luis Miguel (Miguel Bosé) en un largo parto. En dos de esas corridas (en Medellín y en Palmira) piqué 13 toros. Toreaban Calesero, Luis Miguel y Pablo Lozano. Ir a América era muy rentable, porque de picador se cobraba tres veces más. Allí, en 1971, llegué a torear tres corridas en 18 horas: a las 9 de la noche en Bucaramanga, a las 12 de la mañana en Bogotá y a las 4 de la tarde en Medellín. También toreé en menos de 24 horas en España y América: fue en 1972, yendo con Ruiz Miguel, primero en Plasencia por la tarde y después en Quito por la mañana del día siguiente.
C.- Usted anduvo con varios matadores: Dámaso Gómez, Domingo Ortega, Cagancho, los tres Dominguines, Julio Pérez “Vito”, el mejicano Jesús Córdoba, Antonio Rubio, Macandro, doce años con El Viti, Pedrés, Palomo, Ordóñez, Jumillano, Litri, Palomar, con el que precisamente picó el sexto toro de la llamada “corrida del siglo” en 1982, Curro Vázquez, Roberto Serrano...
M.- Sí, por diversas circunstancias. Por ejemplo, en 1955 los militares no le dejaron torear a Ordóñez, y me fui con Jumillano a Madrid y con Litri a Valencia. Por haber ido con tantos matadores, la gente me pregunta: “¿Tan malo es usted que todos le echaban o tan bueno que todos le querían?”
El joyero Bonilla, El Viti, Chaves Flores y Mozo. Méjico, 1968.
C.- Con una carrera tan dilatada, de 40 temporadas, habrá tenido muchos malos momentos.
M.- El peor apuro de mi vida fue en 1971, estando con El Viti. El empresario de Alicante, Luis Alegre, le hizo torear a Luis Miguel para dar la alternativa a Manzanares, con El Viti de testigo; y Luis Miguel me pidió llevarme de picador. En Madrid se lo dije a El Viti, delante de su mujer, y no me dio permiso. Acepté la decisión de El Viti, y Luis Miguel y los de alrededor se enfadaron. Al llegar a la plaza, me dije: “¡de cobardes no se ha escrito na, hay que echarle dos cojones!” Y fui directamente a saludar a Luis Miguel, y nos dimos un abrazo y dos besos. Pero me llevé bien con todos los matadores con los que actué.
Mozo picando en Manizales. 1965.
C.- ¿Tuvo muchos problemas con la autoridad?
M.- Algunos. Las denuncias las pagaban Luis Miguel y El Viti. Cuando me contraté con éste, le pregunté: “¿La multas quién las paga?” Me respondió: “Viene usted exigiendo mucho”. Y yo le repliqué: “Porque no quiero discutir después”. Un día me detuvieron en Barcelona por picar un toro crudo después de cambiar el tercio. Al descabalgar me metieron en una habitación de la plaza hasta que terminó la corrida, y después me llevaron junto a El Viti, vestidos los dos de toreros, a la comisaría. Esto le supuso al presidente de esa corrida el traslado por abuso de autoridad. El Viti daba una imagen en la plaza de torero muy serio de carácter, pero luego no era así.
También tuve un problema en Madrid con la cruceta giratoria el día en que debía ensayarse. El delegado, que era López Daza, me amenazó: “¡Ten cuidado con la lengua, que te vamos a pillar por la lengua! ¿Vas a echar la puya?” Le respondí categórico: “No, porque me da miedo”. Él insistió: “Pues es igual”. Yo le demostré en la mesa que yo pico así (y hace el gesto de sostener la puya en horizontal) y no en vertical, así que la cruceta puede girarse y como es más larga que la puya (7 cms. por 5 de la pirámide) pudiera ser que clavase la cruceta. Y se picó con arandela, y en el paseíllo avisaron a público que se picaría con arandela por negativa de los picadores a la cruceta, para echarnos al público encima. Mondeño le echó dos cojones y nos brindó el toro a los picadores por cumplidores de nuestro deber.
Llevamos varias horas de charla, que se han pasado raudas. Me mira, como escrutándome con sus ojos escondidos bajo sus pobladas cejas albas.
M.- Si te parece, nos vamos a tomar una caña, que es hora, y te presento a un paisano tuyo que tiene un bar frente a la plaza de toros. Es de Almorox.
Caminamos, entre continuos saludos, por Sancho Dávila y Alejandro González hasta llegar al Gambrinus de la Avenida de los Toreros. Allí , en la terraza exterior, con el ladrillo de Las Ventas por paisaje, le esperaba su tertulia taurina. Y la familia de Almorox, con la que hablé de Ana Tere y mi añorado Pepe Mangas. Y con los de la tertulia, la charla giró sobre novilleros: Juan del Álamo, Víctor Barrio, Diego Silveti y Esaú Fernández.
Imagen de Mozo en una tarjeta postal de Santa Anita (Perú).
Continúa en Epifanio "Mozo" (II)
2 comentarios:
¡Magnífica entrada! En esta entrevista se compendian todos los valores humanos y un sinfín de enseñanzas taurinas. Y todo ello envuelto en el cariño que nos irradian dos personas de bien: Epifanio y José Luis. Por cierto, José Luis y Paquita, que paseo tan entrañable en vuestra compañía en la madrugada cadalseña. Muchas Gracias.
Miguel Moreno González
Gracias, amigo Miguel, por tu elogioso comentario. Cierto es que Epifanio es un hombre de bien.
El paseo en la noche cadalseña, una delicia.
Un abrazo.
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