La plaza de toros Los Álamos de Villa del Prado es cómoda y amable. Cómoda, por confortable para los espectadores; y amable, por benévola con los toreros. Conviene advertir a los no avisados que en tardes calurosas -que suelen ser todas en estos primeros días de septiembre- hay que llegar con mucha antelación si uno no quiere vérselas con un sol justiciero. En esta zona no son precisamente baratos los precios, y la novillada picada salía a 18 euros del ala.
Al entrar en la plaza se observa muy cuidado el albero y se reparte un lujoso programa de mano. Pero falla lo fundamental: el programa no informa de las modificaciones del cartel, ni da detalles de las cuadrillas ni de los novillos. Si a ello añadimos que en tardes como la de hoy se ha sustituido a uno de los novilleros anunciados y dos de los novillos no pertenecen a la ganadería titular, el defecto se hace más ostensible. Para remate, el pequeño cartel que en taquillas informa de la sustitución de Daniel Morales tiene una errata en el nombre del sustituto, Iván Abasolo, y calla sobre el cambio de dos novillos, y además no hay tablilla anunciadora de los datos básicos de cada novillo. Son pequeños detalles que poco cuesta vigilar.
El pañuelo blanco se convirtió en el protagonista de la tarde
La novillada era la primera de las Fiestas de Nuestra Señora de la Poveda, que se había reservado para la ganadería local de Blanca Hervás, de encaste Núñez, vía Apolinar Soriano. Cartel que al final se remendó con dos novillos (primero y quinto) de una ganadería de la Unión, no identificada inicialmente (y que resultó ser la de Valdemoro). La presentación, excesivamente desigual con utreros de aceptable presentación, como primero, segundo y cuarto, y otros con falta de trapío, como un tercero cornicorto y apretado de cuerna, y un quinto que cualquiera habría confundido con eral de cebadero.
De los diestros que encabezaban el paseíllo repetía Raúl Rivera, triunfador de la Feria 2010, y lo hacían desmonterados el más antiguo y el más moderno: Iván Abasolo y Luis Gerpe, respectivamente. Los tendidos estaban cubiertos en su mitad (unos 1.800 espectadores) y la tarde fue calurosa, soleada y calmada.
Al navarro Abasolo, la taleguilla, azul celeste, le cae grande. Téngalo en cuenta su apoderado, Raúl Montero. Y en mala suerte le cayó un primero, burraco y de preciosa lámina de Valdemoro, que salió distraído, no apretó en varas, se astilló los pitones, flojeó y se rajó descaradamente a las primeras de cambio. No quedó otra que trastearlo en la puerta de toriles, a los tardíos sones del Gato Montés, y liquidarlo de media tendida. Y en desgracia (para el ganadero) le cayó un cuarto de la ganadería titular, muy en el tipo del encaste, al que castigaron excesivamente en sus dos entradas a los caballos, y que metió la cara bien en la franela, a pesar de la mala brega y el horrible segundo tercio, con pares desigualados, a la media vuelta o al relance. Pero la faena, con Nerva de fondo, fue dentro de las rayas, ahogando al novillo y muy movida. Lo que hubiera dado de sí en otras manos nunca lo sabremos. Miguel Álvarez, el Cadalseño, su mozo de espadas, le entregó la espada de verdad para que Abasolo la dejase atravesada en lo alto del mocito.
A Rivera, de azul marino y oro, no le humillaron sus novillos. Ni el segundo, de Hervás, playero, aleonado y altote, ni el feísimo y pastueño quinto, de Valdemoro. Banderilleó a ambos, cosa que bien pudo haberse ahorrado. Al segundo, que salió distraído, le sacudió el de puerta en la suerte de la carioca, mientras cabeceaba, y nada pudo hacerle en la faena de muleta, pues solo buscaba la huída, aunque la chalequera que le infligió el de Yeles no tiene perdón. El quinto carecía de codicia, también cabeceó en el peto y dejó estar, sin emoción alguna, a un Rivera que acabó agarrando el pitón y con pases circense. La estocada, entrando por derecho, le quedó tendida. Con todo y esto, le regalaron sendas orejas. ¡Válgame Dios!
A Luis Gerpe, de rosa y oro con cabos negros, hay que seguir viéndole. ¡Qué feo era el tercero de la tarde! Cornicorto, abrochado, degollado y agalgado. Llegó suelto y al relance al caballo, sin emplearse y sin codicia en el quite artístico. Aseada fue la faena, con más toreo de adornos que fundamental, rematada con manoletinas y abaniqueo florido. El estoque cayó bajo y resultó desarmado, siendo necesario un golpe de cruceta. Lo mejor de la tarde fueron las verónicas de saludo al gachete sexto, rematadas con una media un tanto amanerada. Empujó el toro en el caballo de puerta, y el de brega cumplió. Quedó el utrero sin recorrido por su escasa fuerza y en uno de sus tambaleos derribó al de Seseña que se levantó conmocionado y cojo. Volvió al recurso de las manoletinas para concluir el trasteo y esta vez la espada quedó delantera y tendida, topando. En total se llevó cuatro generosísimos apéndices en el esportón y no se gastó un euro en banderillas, lo que le pudo costar un percance en la faena al tercero. Y para colofón, Gerpe sacó a dar la vuelta al mayoral y al ganadero, que para eso estaban en su pueblo.
Una curiosidad: los varilargueros de Gerpe no saludaron a la Presidencia al despedirse del sexto y me pareció que por ello quisieron tomarles nota, y, sin embargo, no pareció tomarse medida alguna con las cuadrillas de Abasolo y Rivera, echando al público encima de la usía para que concediese orejas. Y una consideración: el Reglamento taurino establece que en el segundo tercio los banderilleros actuarán por turnos; es decir, para mantener la paridad entre los tres banderilleros de la cuadrilla, ha de realizarse un mínimo de tres entradas en cada novillo, sin que sea suficienre que se claven cuatros palos en las dos primeras entradas para cambiar el tercio, como ocurrió en primero, tercero y sexto de la tarde.
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