– II –
Miércoles, 15 de septiembre de 2010. Muy seria y noble novillada, pero con déficit de casta.
Amaneció también caluroso este tercer día de fiestas y comenzó el segundo ciclo de tertulias taurinas organizado por la Asociación Taurina Cultural de Cadalso, con la intervención de Espartaco padre –como apoderado de su paisano de Espartinas, Javier Jiménez–, Esaú Fernández y un gran aficionado valenciano, Adolfo Campos, experto en la ganadería de Los Chospes, que suplía al ganadero, que no pudo llegar a tiempo. Nos explicó la doble procedencia de Daniel Ruiz, a la que pertenecían cinco novillos, y de Luis Algarra, de la que venía el quinto de la tarde. Allí me daban cuenta de la buena presentación de la novillada, en especial de cuatro reses, que se correrían en primero, cuarto, quinto y sexto. Después, en Carabias, haríamos charla con Alfredo, Adolfo y el matrimonio propietario de la ganadería.
Precisamente, los citados
Esaú Fernández y
Javier Jiménez, sustituían a
Carlos Durán, un novillero valenciano habitual de los carteles de Los Chospes y a
Víctor Barrio, cogido días antes en Arganda, que era uno de los nombres destacados de esta feria. Se mantenía en el cartel el extremeño de Jerez de los Caballeros,
Emilio Martín, que encabezó el paseíllo a las 6.10 de una tarde calurosa y sin viento. Menos de media entrada en la Monumental Metálica, unos 1.200 espectadores –aunque de pago, bastantes menos – y casi lleno en el callejón, en el que destacaba la presencia del maestro
César Rincón, 20 años después de su actuación en este plaza como matador de toros. Presidió don
José Calvo, con el veterinario en la segunda fila.
Rompió plaza el número 124, un buen mozo, enmorrillado y musculado, que lució de salida su pitón izquierdo mientras
Emilio Martín le sacaba a los medios. Cortó al caballo en su salida y pasó de largo con un refilonazo en los bajos; allí mismo recibió dos puyazos, uno buscando las vueltas al bruto y sin emplearse, y otro en el que
Andrés Gálvez levantó la mano.
Esaú Fernández se animó a un quite lucido. Los palos quedaron desparramados por la piel del novillo. No supo el jerezano, con un brazo zurdo mecánico y escayolado, aprovechar la excelente embestida inicial por el izquierdo de
Mozito, que se fue diluyendo poco a poco; por el derecho se quedaba; lo liquidó de bajonazo.
También ofensivo, pero de menos cuajo, era el segundo, número 104. Manejó bien los brazos Esaú Fernández en los lances de recibo, donde no terminó de emplearse el novillo. Se fue solo al caballo, pero cabeceó, no se empleó y salió perdiendo las manos. Sobresalió Isaac Mesa pareando. Chucero careció de poder, pero embistió nobilísimo y humillado, y el novillero supo exprimirlo con un toreo variado y muy de cercanías. Necesitó de un pinchazo sin soltar y de una estocada baja para pasaportarlo.
El
tercero, bien armado y bajo de agujas, no humillaba ni demostraba codicia de salida, con tendencia a vencerse por el izquierdo. Entró en el peto con la cara alta, cabeceando y se repuchó. El tercio de banderillas fue un auténtico desastre de los tres de la cuadrilla. Brindó la faena a
Rincón. Parecía que
Fríbolo (así, con “b”, venía en el programa), no sobrado de fuerza, necesitaba sitio, ese que gustaba dar al maestro colombiano, pero
Javier Jiménez se empeñó en torear emulando a
Paco Ojeda y citando siempre muy retorcido.
–Ya empieza usted exagerando los defectos.
–Mire, el toreo es naturalidad y no forzada artificiosidad; y siempre me admira apreciar aquélla en las fotos de Antonio Bienvenida. Pero el novillero no parece haberse fijado en esas fotos ni, por el encimismo, ha debido de ver vídeos de las faenas de Rincón.
Para rematar los contrastes, apunto que cuando más torcido estaba el espartino, sonaba el pasodoble Manolete. Pinchó entrando de manera peculiar, como a capón, pero con suavidad; después la estocada quedó trasera y tendida y hubo de recurrir por fin al verduguillo.
Salió en
cuarto lugar todo un tío, con el número 115. Los lances de saludo resultaron enganchados y la carita a media altura. Se arrancó de lejos al caballo, empujando fijo y abajo, mientras se agarraba bien
José Antonio Escobar, aunque con excesivo castigo y haciendo girar al equino. El novillo esperó en palos y complicó la vida a los banderilleros. No humillaba y era tardo este otro
Chucero, necesitado de que el diestro le ayudase un poco, pero, en vez de eso,
Emilio Martín se empecinó en cruzarse en exceso, sobre todo al natural, siempre con el brazo muy extendido y largándolo para fuera. No consiguió más que una media desprendida y ladeada, sin hacer la cruz, que no hizo pupa; se aculó el utrero y se empecinó el diestro con el verduguillo, a pesar de que el novillo estaba tapado y arreaba, lo que aconsejaba intentarlo de nuevo con el estoque, como le gritaba
Rincón desde la barrera. Tres sustos, una caída, diez golpes de verduguillo y tres avisos puntuales, precedieron a la salida de los cabestros, bien entrenados por
José Baquera, quien, hierático en el blando ruedo, observó cómo
Chucero volvía a los corrales.
Menos astifino y de llamativo morrillo era el
quinto, con el 5 en la piel y el hierro de la ganadería en diferente lugar, por venir de la línea de Algarra. Le recibió
Esaú Fernández con larga cambiada de rodillas y luego se estiró; el novillo humillaba por el izquierdo. Clavó trasero
Nicolás Martín, y
Tirador empujó fijo, pero salió parado y escarbando. El segundo tercio fue mediocre. El brindis esta vez fue para el
praeño, taurino y carnicero, conocido como
Tres metros; el camero entendió bien que había que ayudarlo, lo citó sin cruzarse, aunque demasiado en corto, y poco a poco fue forzando la figura y yéndose demasiado al hilo del pitón; aunque tardo, repetía y esto no se aprovechó convenientemente. La estocada, aliviándose, quedó caída, y el bicho se echó aculado en tablas. Me hice cruces cuando vi el pañuelo asomar por dos veces en la barandilla del palco.
El
novillo de la jota, número 91, astracanado, chato, enmorrillado y corto, no se definió en los primeros lances, iniciados con larga cambiada. Tras varios intentos, entró al caballo, el puyazo fue largo, y empujó fijo con un pitón y cara alta; vimos la carioca, se salió y volvió de nuevo al peto por la impericia del peón. El quite por chicuelinas fue discreto. De nuevo su cuadrilla dio el mitin en el segundo tercio, y descompuso a
Sevillano.
Jiménez planteó la faena encimista a un novillo que ni fue en esa distancia ni seguramente habría ido de ninguna otra forma; se rajó y perdonó la cogida, por su nobleza, tan acusada como su falta de casta. La estocada, con ese estilo peculiar y saliendo desarmado, fue en su sitio y de efecto fulminante.
A la salida, esquivando la gentío expectante por ver salir a hombros a Esaú Fernández, los comentarios de urgencia:
–No me dirá que tampoco le ha gustado hoy: tres orejas y una gran estocada al sexto.
–Pues se lo digo, sobraron las orejas y una estocada en que el matador pierde la muleta, ya me dirá. Eso sí, la presentación fue de una corrida de toros en plaza de capital de provincia
–¿Siempre sale amargado de las plazas de toros?
–Dejemos la cuestión en paz, que tengo que ir a despedir a la familia.
La noche, templada, fue de charla y risas en la grata compañía de Vero, Juan, Miguel, Justo y Julián. No hice mucho caso a la orquesta.
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Cuadro de puntuación de la novillada