Este verano me hablaron de la seriedad taurina de Guadarrama y, como se trata de un bien escaso, me interesé por su feria y elegí un atractivo mano a mano entre dos novilleros punteros, castellanos ambos, que se anunciaban con seis hierros distintos, aunque solamente de los encastes predominantes: Domecq y Núñez. Y allí, acompañado de Paquita, me planté antes del encierro, que con buen criterio se hace después del mediodía.
Esperando al camión de los toros, aprovechamos para fotografiarnos con Víctor Barrio. Después presenciamos en la calle el despejado encierro, compramos las entradas (a 10 €, precio este sí verdaderamente popular), vislumbramos el sorteo desde la última fila del tendido y tomamos un por qué antes de dar debida cuenta de las sustanciosas viandas que, con eficaz servicio, paladeamos en La Chimenea. No falto café y copa (pero sí el puro) en una agradable terraza, resguardados de un sol casi veraniego.
En la plaza, tres cuartos de entrada en los tendidos y casi lleno en el callejón. Ausencia grata de charangas peñistas y, en medio del tendido, una banda de música no uniformada a la que se adhirieron con entusiasmo el “tambor” y la “gaita” (léase dulzaina) que durante las horas previas nos hicieron evocar los sonidos del carnaval cadalseño.
A las 17.35 salieron los dos alguacilillos que encabezaban el paseíllo, a los sones de “Puerta Grande”, aquel pasodoble con que iniciaba TVE sus retransmisiones de corridas de toros ¡qué tiempos aquellos, cuando la televisión pública cumplía su función esencial de servicio público! Lo hizo desmonterado Jonathan Sánchez Peix (Juan del Álamo por nombre artístico) , al igual que un sobresaliente del que ignoro su nombre porque no vi cartel donde se anunciara. No sólo fue ignorado por el papel, sino que los dos diestros hicieron lo propio y no dieron pie para que hiciera al menos un quite. No había programa con los datos de ganado y cuadrillas, omisión salvada en parte con una tablilla anunciadora de los datos de cada novillo.
El primero de la tarde lucía el hierro de Ganadería del Tajo, segunda marca de la anunciada Ganadería de la Reina, pobre de cara, que se empleó en el capote, metiendo bien la cabeza, pero con escasas fuerzas. Perdió las manos al entrar al caballo, pero empujó fijo, aunque con la cara a media altura. Juan del Álamo se estiró por tafalleras, larga a pies juntos y natural aseados. En palos, Oracundo se vino un poquito abajo. La faena se inició con pases por alto a pies juntos, a la que siguieron unas tandas de toreo en redondo muy templadas, acordes con la nobleza del utrero, aunque algo despegadas. Bajó el nivel cuando se echó la muleta a la zurda, al rajarse el animal y quedar ya muy corto. La estocada fue buena de ejecución y colocación, pelín tendida.
Víctor Barrio se fue a los medios a recibir por tafalleras y espaldinas al segundo, un novillo de El Cortijillo, segunda marca de la anunciada de Alcurrucén, de astas caídas y abrochadas. No fijaron al burel y se fue al caballo por los adentros, del que salió con un refilonazo; vuelto al peto, no terminó de emplearse. Se echó el segoviano el capote a la espalda con unas gaoneras de mano baja en las que el animal se quedó cortito. El segundo tercio fue bueno, aunque Pianero anduvo aplomado. Barrio inició la faena de rodillas con pase “de grumete” (este término es mío, que nadie lo busque en otro sitio), perdiendo la muleta; repitió la suerte, y fue ahora el novillo el que perdió las manos. Nada merece contarse de la faena, porque el novillo era una auténtica borrega con la que el novillero estuvo a placer toreando prácticamente de salón. Lo liquidó en los medios de una estocada hasta las péndolas , pero que necesitó dos golpes de verduguillo.
Mal presentado estaba el tercero, de Núñez del Cuvillo, con unas astas llamativamente gachas, especialmente la derecha. Se comportó bien en los buenos lances de recibo, mal rematados ya en los medios. Entró al relance en la primera vara, empujando, pero cuidándole el piquero; volvió por su cuenta al caballo de donde salió sin recibir la caricia de la puya. Persiguió en palos y David Sánchez, tras clavar pescuecero un rehilete, no supo esquivarlo, ni nadie cortó al utrero, que haciendo hilo acabó estrellando al peón contra la barrera, donde le tuvo a su merced, sin más consecuencias que el fuerte golpe porque, como ya dije, no era ofensivo de defensas. Acreditó Peleón su flojera y falta de casta en la muleta. El salmantino lo agarró muy en corto por ambos pitones para aprovechar las medias arrancadas del animal y tan a gusto se encontraba con su nobleza que se puso pesadísimo dando pases a una silla. La estocada quedó desprendida y no necesitó de puntilla.
Subió el nivel de presentación con el cuarto del encierro, de la ganadería de Garcigrande. Lo recibió Barrio toreando de rodillas y lanceando después bien por verónicas. Se arrancó solo por los adentros al equino, y la puya quedó caída y trasera, sin que el varilarguero rectificara; Deformado cabeceaba sin emplearse. El quite esta vez fue por navarras. El tercio de palos fue excelente, y eso que el bicho había quedado con pies (lamentablemente no reconocí a los protagonistas). El brindis fue para el ahora famosísimo Juan Mora. Los inicios fueron castellistas, pero más templados los pases cambiados que los que suele recetar el francés, en los que burel perdió las manos. Toreó Víctor por ambas manos vertical y asentado, aunque algo centrífugo en algunos pases, a un animal de buena arrancada y humillado, pero al que costaba desplazarse. Sobresalió un precioso remate por bajo en el trasteo final. Muy baja quedó la espada.
Impresentable por achotado era el quinto, con el hierro de El Torreón en la piel, que además era en exceso flojo. Se simuló la suerte de varas, lo que no fue óbice para que perdiese las manos en el quite por gaoneras. Juan del Álamo dibujó el toreo con trazo fino, pero la pluma apenas tenía tinta. Eso sí, Bautista, que fue a más, lamía la arena en cada pase, y el mirobrigense lo exprimió con templadísimos y largos naturales y tanda final de derechas que provocó el clamor. Todo ello bajo la atenta mirada desde el callejón del ganadero, César Rincón. Despenó al choto de pinchazo sin soltar y estocada desprendida.
De buena presencia fue el toro de la jota (cuya música se acompaña con palmas al estilo aragonés), de Victoriano del Río. De nuevo lo saludó Barrio de rodillas (cosa que debería replantearse), para enjaretarle ya de pie tres estupendas verónicas rematadas con una serpentina. Lo llevó galleando al caballo, que salió de la primera raya para que su jinete señalara bien y sin castigar al novillo que empujó fijo, pero sin excesiva codicia. El quite fue de dos faroles (lance inapropiado) y una larga. Pareó bien Miguel Martín, que se desmonteró, con buena brega de Carlos Ávila. El buen comportamiento del morito en palos se evidenció aún más en la muleta, embistiendo con los cuartos traseros, con mucha transmisión. Lo aprovechó muy bien el sepulvedano en varias tandas por el pitón derecho, esta vez metiéndoselo más para adentro con pases templados y largos; no así los naturales en que le tropezó en exceso la muleta, pecando de cercanías. Terminó con manoletinas y una media que precedieron a una estocada trasera.
Ambos actuantes salieron a hombros y fueron muy pacientes firmando autógrafos antes de montarse en sus furgonetas.
En resumen, los dos espadas acreditaron su buen concepto del toreo, muy templado y estilista Juan del Álamo, más vertical y asentado Víctor Barrio, ambos con variedad y buen manejo del capote, y el primero aceptable con los aceros. Ahora bien, los novillos fueron excesivamente dulces, salvo el encastado sexto, en general flojos y de presentación demasiado baja, hasta el punto que tercero y quinto no debieron salir a la arena, si es que Guadarrama quiere mantener su fama de seriedad taurina.
No lo he dicho, pero en el cuadro de puntuación están anotados los ocho apéndices que se cortaron.
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