En hostelería se ha implantado la huevina, o huevo pasterizado, como sustituto de los huevos en la elaboración de tortillas, mahonesas o cremas pasteleras. Y, claro, la tortilla de huevina sale como sale; o sea, que aunque tenga su apariencia, no es tortilla. De idéntica forma, en las dehesas españolas ya apenas pastan toros de lidia, sino un sucedáneo de idéntica morfología pero ayuno de esa casta que es el signo diferencial del toro de lidia respecto de otras especies de bóvidos.
Los novillos de José Luis Pereda, como era de temer, fueron un compendio de mansedumbre y de falta de casta, que desesperó a toreros, aficionados, público y todo bicho viviente. Correctamente presentados, alguno, como el sexto, espectacular, fueron fríos de salida, acudieron prontos a los caballos, para mansear en el peto y parados y mansos en los dos últimos tercios. A diferencia de la corrida del pasado San Isidrito, ni uno se salió del guión escrito por la selección del ganadero. El primero, cuya invalidez era notoria en el primer tercio para toda la plaza menos para un señor encorbatado y de poco pelo que se sentaba en el palco, fue devuelto después del primer par de banderillas, tras derrumbarse con el mismo estrépito de unos minutos antes, por ese señor al que tanto esfuerzo le cuesta alzar el pañuelo verde. Lo sustituyó un sobrero de Torres Gallego que, aunque manso, se movió y acabó complicando la vida a Escribano.
Y es que Cristian Escribano, que empezara la temporada como promesa con garantías, parece perder crédito a su final. No se debe dejar entre las rayas a un novillo para la suerte de varas, como hizo en su primero, que, después de rajarse al inicio de la faena, se desengañó en los medios y por la falta de dominio de un Escribano, bailón, titubeante y ventajista, acabó a su libre albedrío. Al montado y zancudo cuarto lo recibió con verónicas de rodillas seguidas de otras, erguido y andando con decisión hacia los medios; mas en la faena el utrero, que se defendió con la cabeza por las nubes en palos, quedó como los de Guisando y el getafense, con su pesadez, nos hizo insufrible el trasteo. Acabó con sus dos enemigos de media estocada y golpes de verduguillo (uno en el primero y tres en el cuarto). En el tercero intentó el quite de Ronda, que hubo de hacer en dos tiempos pues tras la larga cambiada el novillo se desentendió y las gaoneras y el remate con media, excelente, hubieron de esperar.
Damián Castaño no cuida mucho que digamos el poner a los novillos en suerte a los caballos. El segundo fue tres veces, tres, al relance al caballo (aunque la tercera, en la que no le tocó la puya, fue por cuenta del presidente, que, sin embargo, seguidamente cambió el tercio). Al quinto le dejó ir solo al picador. Por lo demás, el segundo se rompió la mano y el quinto, el más querencioso en el peto, era cambiante en su comportamiento y el salmantino solo le sacó una serie de derechazos ligada y de mano baja, para acabar embarullado y sin entendimiento con el novillo, al que liquidó de pinchazo, metisaca en los bajos y estocada fulminante, quedando desarmado y prendido por la chaquetilla.
La mayor expectación era para Víctor Barrio quien, sin triunfar, no defraudó. No vaciló en recibir al tercero en los medios por tafalleras, discontinuas por ser corretón el de Pereda. Inició la faena de rodillas y después anduvo seguro y muy por encima del paradísimo y descastado utrero que embestía –es un decir- como un borrico acude al pesebre. Para demostrar su decisión –algo loable en un novillero- se fue a portagayola y recibió al sexto con larga cambiada de rodillas, a la que siguieron unos lances enredados. La faena de muleta la inició en los medios al uso de Castella, pero templando los cambiados por la espalda. Incierto era el berrendo –o ensabanado en castaño, como decía el programa- y el segoviano supo aplicarle el toreo en corto que necesitaba, aunque los pases quedaban deslucidos porque el novillo salía siempre mirando a las andanadas. Con los aceros estuvo horrible, y a punto estuvo de escuchar el tercer aviso en el sexto. No perdonó los quites que le correspondieron en el segundo –ajustado pero deslucido- y en el quinto –de solo verónica y media.
Por lo demás, destacaron Luciano Briceño, señalando bien en las dos varas al sexto, y David Adalid, que puso con decisión y verdad un tercer par a un novillo que estaba cerrado –por el que saludó- y bregó con eficacia al soso quinto.
Y para tan poca cosa, casi dos horas medias. Ni el santo Job.
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