José Gutiérrez Solana nació en Madrid un Domingo de Carnaval de 1886 y murió en esta misma ciudad en 1945 al crepitar las hogueras en la noche de San Juan. Se le considera el creador de un expresionismo peculiar y trágico. Creo que se acercó a los toros, como dicen que hizo con todos sus temas, con sinceridad, sentimiento y ternura. Nos descubrió la visión angustiada del trágico desatino y del reto absurdo, despiadado y heroico que suponía el toreo de su época. Su cuadro “El Lechuga” me conmueve hasta darme un vuelco el corazón porque combate el dolor con la belleza del arte.
Retratos del torero Isidoro Carmona “El Lechuga”
“El Lechuga” está en pie sobre un paisaje castellano. Es un pueblo de la Meseta , situado en una hondonada con iglesia y plaza de toros. En casi la mitad del cuadro, se dibuja un cielo ocre-anaranjado de nubes presagiando tormenta. “El Lechuga” no es un torero famoso y consagrado ni aspira ya a serlo. No es tampoco un torerillo soñador y ansioso de alcanzar el triunfo algún día. No es de esos que fuerzan su figura y se empavonan gallardamente para que, ya que no la fama, tengan al menos el garbo de los consagrados. “El Lechuga” no esperaba nada de esa tarde gris y tormentosa, ni espera nada del futuro mientras intenta olvidar su entrañable pasado. A él también le esperan en su pueblo. Mas quienes le aguardan son el mulo y el arado después de esa jornada de disparate torero. Si te fijas observarás que no estira el capote ni trata de que parezca lo que no es. No muestra los bordados de su vestido raído -ya sin fulgor- sudado por miles de miedos mesetarios generados en pueblos como el nuestro. Arruga indolente el percal en su brazo como un trapo y se apoya, displicente y torpe, a modo de bastón, sobre dos banderillas usadas manchadas de sangre y temor, como las que yo tengo en mi casa cadalseña. No abriga ningún aliciente, ni cobija esperanza inmediata, ni alberga brillo alguno en su mirada. Su rostro refleja las vertientes de sus innumerables fracasos y se le adivina un tenue, muy tenue, destello fugaz de gloria.
“El Lechuga” es un torero sin grandeza que tiene su corazón endurecido pero lleno de curvas cariñosas. Sólo expone libremente su desgarradora verdad que se hace emotiva y conmovedora según los nubarrones van obscureciendo todo… hasta encoger su ánimo. Ni siquiera hay muerte a cuernos de un toro. Ni siquiera una imagen divina que palie y se apiade de su derrota. Ni siquiera una mujer que cure y acaricie sus heridas con infinitos susurros de ternura al abrigo de su hogar.
“El Lechuga” ya no cree en nada a fuerza de haber creído en todo cuando era joven y toreaba a la miseria en su pueblo con la muleta permanente de sus sueños. “El Lechuga” ha caído derrotado y lo sabe, se resigna apenado. Se viste de verde esperanza recordando la que tuvo de niño, pero ahora le da vergüenza reconocerlo y por eso intenta taparlo todo con los bordados negros del terno que ocupan mayor superficie que el verde. Y de ese jaez se deja llevar por un destino desolado que nunca buscó pero que éste, paciente, le encontró a él desamparado al atardecer de una tarde veraniega de toros pueblerina… y se fajó inmisericorde con él.
Cuando empiezas a pensar a solas contigo, asumes que la vida acaba siendo la percepción cruda y real de una derrota aceptada. Isidoro “El Lechuga” hace mucho tiempo que lo descubrió y de ahí su sempiterna melancolía. Y la mía.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
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