Cartel: Toros de Hubert Yonnet (6º bis de Alcurrucén); Iván García, Luis González y David Mora. Sombra: 35€, Sol: 25€. Abono (en tarjeta ilegal) de dos días: 56€ sombra y 40€ sol. Presidió don Gonzalo de Villa Parro, quien ejerce labores de delegado gubernativo en Las Ventas.
Una tarde de toros en Cenicientos empieza por la mañana y termina por la noche en Cadalso, no sólo para los cadalseños, sino también para conocidos aficionados venteños y franceses. Y también de otras zonas, como un matrimonio valenciano, peregrinos de fiestas de toros por esas tierras de Dios, con los que tuve la oportunidad de compartir un agradable aperitivo de tertulia taurina acogidos a la hospitalidad de Alfredo y familia en la Ermita de Santa Ana.
Este 2010 la feria de Cenicientos ha quedado reducida a dos corridas de toros, y ninguna de encastes apetecidos por los aficionados “toristas”. De las tres programadas, la de Samuel Flores quedó en la finca. La primera de feria, con toros de Alcurrucén, se anunciaba una terna que invitaba a quedarse en casa, durmiendo plácidamente la siesta. Y es que allí donde predominan las influencias, amiguismos o enchufes, sientan sus reales la mediocridad y la injusticia. Cenicientos, taurinamente hablando, capta la atención de muchos aficionados como para entregarse a tejemanejes localistas, en este caso de apoderados locales (Mariano Jiménez y Raúl Montero, que colocaron a José Ignacio Ramos y a El Califa, respectivamente), con el añadido de la alternativa, un tanto tardía, de Fernando Tendero.
Pese a una inoportuna cojera vacacional, pude llegar a la plaza de toros Cenicientos –tras la obligatoria visita al Bar Parro– en la unidad móvil de Santi-Cam Productions, para presenciar la segunda de feria. Antes de tomar asiento en los amplios y comodísimos tendidos de la plaza corucha, casi llena, comprobé con satisfacción que sigue sin pasar el siglo XXI para Epifanio "Mozo" (ese chaval de casi 90 años), pero también eché en falta a algún aficionado que no ha podido acercarse hasta el Valle. El callejón, de bote en bote, y 9 cadalseñ@s, 9, ubicados allí. Temperatura muy agradable en el ecuador de agosto.
Había expectación por ver a la ganadería francesa de Hubert Yonnet, que solo conocía de nombre. Su presentación no decepcionó, impresionantes defensas astifinas y ofensivas, con dos toros acapachados de cuerna, cuajados los cuatro cinqueños de seis yerbas que salieron de toriles, y vareados los cuatreños, que hicieron segundo y tercero. Cuestión distinta fue su comportamiento, en general descastado, que no gustó ni a toreros ni a la afición. Por cierto, ¡qué feos los crotales en las orejas!
La terna permitía albergar esperanzas, a diferencia del cartel de la tarde anterior. El resultado, sin embargo, no fue el esperado. Vamos a ello.
Iván García, que no banderilleó, anduvo medroso, lleno de dudas y bailarín toda la tarde. Su primero se frenó ya en el cuarto lance de saludo, y aunque empujó en el peto, con derribo incluido, no dio apenas opciones en la muleta, sin humillar y parado; eso sí, el diestro lució muy bien sus defectos; abrevió y se alivió descaradamente en el pinchazo y la estocada baja con que liquidó a Arlaten. La poca disposición de Iván García se evidenció aún más en el cuarto, al que no puso bien en suerte en el caballo, en el que el animal se dejó pegar sin empujar, y al que pretendió castigar con un tercer puyazo, a todas luces innecesario, manteniendo al picador en el ruedo a pesar de haber sido cambiado el tercio; asumió la brega en un segundo tercio donde el toro, a la defensiva, dio guerra a Rafael González y J.A. Fernández; el animal quedó flojo, con escaso recorrido, noblote y, como se dice ahora, manejable, pero el diestro anduvo sin ideas, muy desconfiado y sin quietud, y tanto se notó que levantó la protesta del respetable a la banda de música, que se había arrancado con Nerva; de nuevo se fue en la suerte suprema, cobrando una media baja y eficaz; el manso, mire usted por dónde, se tragó la muerte de pie. Por ahorrarse la demasía de las banderillas modernas recibió un fuerte golpe en la cara con una banderilla rígida.
Luis González tuvo el lote con más posibilidades. El segundo de la tarde salió codicioso y humillando; sin perderle la cara lo sacó al tercio para atemperar su embestida; lo dejaron entrar al caballo por los adentros, le taparon la salida y apretó; tenía posibilidades pero el cebrereño no acertó a darle recorrido con el capote, aunque le dejó bien en suerte para la segunda vara, en la que tardeó, le dieron trasero, antes de rectificar, y ya no se empleó; brindó al respetable un toro que necesitaba –y no obtuvo– ayuda, porque se desplazaba poco, y, aunque mirón, obedecía a los toques, especialmente por el pitón derecho; con habilidad colocó una honda, que necesitó de un golpe de verduguillo. Casi seis años tenía el quinto, y en el cuajo se notaba, al que recibió sin decisión y dejando tropezar en el capote; le cogió bien Carlos Prieto y le dio lo suyo en la única vara; el segundo tercio fue visto y no visto; quedó mirón, a la defensiva y algo crudo para la muleta, al que el abulense no consiguió someter; Bolineto era un toro para tirar la moneda al aire, que Luis González se guardó en el bolsillo, limitándose a conseguir únicamente dos buenos pases a un toro que pareció tener muchos más, por su embestida humillada y entregada; huyó descaradamente al entrar al matar, pero sirvió la estocada honda atravesada.
Muy poca fortuna tuvo David Mora, y fue una pena, porque demostró su buen gusto en los pocos lances que tuvo la oportunidad de dar. El tercero de la tarde demostró su flojedad nada más concluir las preciosas y asentadas verónicas en los medios con que le saludó; claudicó en el simulacro de vara y en el tercio de banderillas, que se complicó por su inmovilidad; noble, pero inválido imposibilitó el lucimiento del enfermero, digo del diestro, que recetó un estoconazo en las péndolas, entrando por derecho, de los que se ven pocos por esos ruedos de Dios. El sexto, tan inválido como el tercero, volvió a los corrales con un par de banderillas clavadas; los tres cabestros lucían un impresionante trapío. El sexto bis, de Alcurrucén, fue un manso de libro, frenado de salida, repuchándose y haciendo sonar el estribo en el caballo, a la defensiva en palos y marmolillo sin codicia ni malicia en la muleta; quedó baja la espada, aunque entrando por derecho, y el manso murió paradójicamente en los medios.
Casi dos horas y media duró el festejo; y los diestros, una vez más, no encontraron ocasión para hacer un solo quite. Y nadie se lo demandó.
Nota: Las preciosas fotografías que ilustran esta entrada han sido cedidas por Rafa Carlevaris, a quien agradezco su generosidad.
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