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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Feria del Cristo 2010 (I)

– I –

Martes, 14 de septiembre de 2010, Día de la Función. Juanpedrada triunfalista.

La meteorología nos regaló un soleado y apacible Día del Cristo, celebrado según manda la tradición. Y aunque dice el refrán que “la misa y el pimiento son de poco alimento”, por esos derroteros se abre el día en la parroquial y en casa de Virgilia, charlando de todo un poco y preparando el estómago, con los deliciosos callos de Pepa, para afrontar la dura batalla de una mañana que se alarga hasta la hora de los toros. En los dos años anteriores, por pitos o por flautas, no presencié la novillada del 14 y, aunque dicen que no hay dos sin tres, rompí con la tendencia, para atender además a un compromiso asumido, y tomé asiento en la Monumental Metálica por la zona de caballos.

No hubo modificación alguna en el cartel. De las bodegas jerezanas, Juan Pedro Domecq envió siete novillos desiguales en todo, salvo en su comportamiento. A las 6.12 de la tarde rompían el paseíllo, todos desmonterados, el sevillano de Camas –¡ahí es ná!– Esaú Fernández, el mejicano de Irapuato, Diego Silveti, y el gaditano de Rota, Vázquez Romero, acompañados de sus cuadrillas, monos, areneros y mulilleros. Media entrada en los tendidos, unos 1.600 espectadores –aunque de pago, bastantes menos– que buscaron mayoritariamente la sombra. Presidió la concejala de Festejos y Turismo, doña Yolanda Martín, flanqueada por dos asesores y, en sus cercanías, el veterinario, don José Rubio.

Grata novedad representaba la tablilla anunciadora de los datos de los novillos, coincidentes con los de la hoja-programa que, como siempre, no localicé fácilmente.

Jabonero, bizco y de buen cuajo era el primero de la tarde, herrado con el número 151. Tropezó, sin emplearse, el capote de Esaú en el saludo, antes de un galleo templado por chicuelinas para ponerlo en suerte. Hizo al caballo un regate “Genial” –así se llamaba el novillo–, y se coló por delante, no sin que Antonio García le rasgase feamente la piel; el quite fue de chicuelinas de ballet. En el primer par persiguió a Ignacio González hasta estrellarse contra la barrera; no así a Pedro Cantillana en el segundo; y no pudimos saber si lo haría en el tercero, porque no hubo tal, no me pregunten por qué. Tras el brindis al respetable, recetó en los medios los consabidos pases cambiados por la espalda, rematados con el de pecho con la zurda. Suavón y noble hasta el aborregamiento era el jabonero, aunque distraído de salida. Anduvo el espada vulgar y encimista por ambos pitones, recurriendo a los martinetes cuando el novillo se rajó en tablas. Al volapié dejó una estocada honda y traserilla y el animalito se echó pegado a la madera. Como mayoritaria valoró la presidencia la escasa petición y asomó el pañuelo blanco en la baranda del palco.

El segundo era el número 156, castaño de pelo y vareao de cuerpo. Salió sosón y se repuchó en el jaco, donde la puya cayó baja; se movió en banderillas, con buena brega de José Antonio Muñoz y gris actuación de los rehileteros; Diego Silveti brindó a la concurrencia y sacó a los medios a Forjador, que entraba rebrincado y balanceando una cuarta de lengua; el novillo era pronto sin codicia, y el mejicano bajó la mano con gusto hasta que el animal se rajó y, calamocheante, hubo de trastearlo en tablas; salieron los peones a capotear mientras cogía el estoque de verdad, algo que debía desterrarse de los ruedos; los estatuarios finales fueron muy deslucidos, y terminó asestando una ladeada en las costillas y otra delantera y contraria.

El tercero iba herrado con el número 82 y permitió estirarse a Vázquez Romero. También manseó en el peto, donde le cuidó el piquero; en el quite por verónicas evidenció poco recorrido. ¡Qué mal estuvieron los banderilleros! Se entableró Vivillo y allí hubo de plantearse el intento de faena, que resultó muy encimista; tardeó el bicho hasta en las manoletinas finales; el volapié resulto delantero y atravesadillo.

–Esto lleva camino de ser otro muermo más.
–¿Y qué esperaba usted?
En cuarto lugar apareció un novillo burraco, gacho y suavón, el número 33, al que Esaú Fernández recibió de rodillas y remató con larga afarolada. Perdió las manos antes de entrar en la jurisdicción del picador y volvió a perderlas al tocar el peto; Nicolás Martín levantó la mano inmediatamente y permitió así el derribo del caballo, con el que se enceló el novillo en el suelo, en medio de una multitud en el ruedo (14, contando los monos); se cambió el tercio sin picar al novillo. Le gustó al sevillano el animal y personalmente bregó en el segundo tercio, de sólo dos pares por decisión presidencial, uno de ellos muy bueno de Cantillana. El brindis fue esta vez para la Unión Musical, que correspondería con Nerva; Se hincó nuevamente de rodillas para iniciar la faena pero hubo de desistir al segundo pase cuando se derrumbó Chulito; el resto fue labor de enfermero con un animal inválido y tardo, muy aliviado al natural, encimista y sin que faltaran, para flagelarnos, los martinetes y las bernadinas mirando al tendido. La estocada pareció a cámara lenta, y resultó prendido sin consecuencias. La dádiva llegó del palco en forma de dos despojos.

De buen aire era el quinto, número 117, bizco del izquierdo. Salió abanto y blandeando, sacándole Diego Silveti toreramente a los medios. Esperó el mejicano la salida del picador para decirle una sola palabra: “nada”. Y muy obediente, Espósito se quedó en medio picotazo, del que sacaron al morito con capotes como sábanas para tender; hubo quite con farol, dos gaoneras y revolera con el novillo sin fuerza ni recorrido. Acudió sin más en palos, con un tercer par aceptable a cargo de Ciprés. Nuevo brindis popular, pero cuidando de dejar la montera en mano al mozo de espadas. Inició la faena con ayudados vistosos, aunque Hermoso perdió las manos; la faena fue templada y estética por ambos pitones, más largos los naturales, si bien el animal era, amén de flojo, noble hasta el aborregamiento, con la Muñana empecinándose en joder la marrana desde el tendido; hubo molinetes, cites a pies juntos, pase de la tortilla y estatuarios mirando al público. Pasaportó al bicho de estocada bien ejecutada que quedó tendida. Tras echarse en tablas, la presidencia continuó con su talante generoso.

–Pues se ha levantado la tarde, ya llevamos cinco orejas.
–A dos novillos entre inválidos y borregos.
–Es lo que hay, pero al menos nos divertimos.
–¡Se divertirá usted!
El último novillo, colorado ojo de perdiz y justo de todo, lucía el número 15 en los costillares. Tras estirarse Vázquez Romero con verónicas y chicuelina, quedó desarmado. Le cuidó el varilarguero tanto que dejó que lo descabalgara; el quite fue insustancial. Bregó bien Alcazareño, pero los compañeros parearon mal. De nuevo el público recibió otro brindis. El novillo, aunque algo frenado, pertenecía a la aristocracia por el lado derecho y se acostaba por el izquierdo; el toreo fue más bien de noria, en corto y, al final, embarullado. La estocada del roteño fue habilidosa, se aculó Volapié, que era el nombre del utrero, antes de echarse en las tablas. La leve petición no fue esta vez atendida por la usía.

A la salida, pasando por delante de los dos novilleros que abandonaban el coso a hombros de los capitalistas, vi contenta a mucha gente, y es el único consuelo que me queda tras la decepción de comprobar que el buque insignia del ganado moderno está a punto de conseguir que el toro deje de ser “de lidia”.

La noche, con Paquita, María José y José Mario, fue agradable por temperatura y ambiente popular. Resucité por fuerza el parabaile con la orquesta Nuevo Talismán, más apropiada para la fiesta que la de la noche anterior.

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Cuadro de puntuación de la novillada

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