sábado, 30 de mayo de 2015

LA BELLEZA DEL RECORTE. Miguel Moreno González



(A tu padre, que cuando llovía leía ante la lumbre de Las Sillas, junto a tu abuela Asun, a Julio Verne)


LA BELLEZA DEL RECORTE

Difícilmente podrá vivirse otra actuación tan completa, arriesgada y artística como la realizada el último fin de semana en la Plaza de Toros de Las Ventas por el recortador de Cadalso de los Vidrios (Madrid), Daniel Moreno “El Cadalseñito”. Era una tarde preciosa, típicamente primaveral y madrileña, de esas que colaboran a realzar cualquier creación artística. Todo ocurrió durante la lidia del cuarto toro, porque lo bueno siempre acaba por suceder. La plaza gozaba de un silencio sobrecogedor, como esperando la efímera maravilla que nos estaba por llegar. Sosegado, seguro y concentrado apareció Daniel en el tercio yendo al encuentro de un morlaco de gran trapío, agalgado y con astifinas y desarrolladas defensas. Le citó desafiante y con majeza, ofreciéndole el pecho y con sus manos graciosamente apoyadas sobre las caderas que giraba acompasadamente. El bravo y noble toro nada más verle hizo por él, justo entonces de forma escalofriante “El Cadalseñito” le templó, cortando y burlando su embestida pujante y arrolladora en un palmo de terreno. En el círculo de una moneda sucedió, como narraban los cronistas antiguos del XIX. Oí perfectamente desde mi localidad el grito angustiado de su madre y como el buido pitón izquierdo acariciaba, más que rozar, su camisa muñanera. El burel una vez quebrado quedó quieto, dominado y sorprendido, como buscando encampanado una explicación coherente a aquella belleza que acababa de acontecerle. Es la diferencia de cuando se recorta y se domina a cuando simplemente se pasa por la cara del toro corriendo sin parar, templar ni mandar. Daniel Moreno Sánchez salió andando airoso del embroque con la cabeza ligeramente baja, abstraído y melancólico, como todo cadalseño que se precie. Oyó resonar ensimismado –o quizá no- el estruendo liberado de una ovación interminable que el público le tributaba asombrado y puesto en pie. Parecía una explosión incontenible de sentimientos.

A la salida de la plaza, en los bares cercanos repletos de cadalseños (no podía ser de otra manera), se contaba y no se paraba de hablar de aquel prodigio que veníamos de contemplar cuando ya atardecía sobre un Madrid enamorado de primavera. A un cadalseño sensible y bueno le escuché comentar para sí: “-¡Ya era hora de que la gente sintiera de qué está hecha la emoción cadalseña!”. En tanto su tío Jose, eufórico y entusiasmado, no paraba de invitar a todo el mundo a voz en grito, a diestro y siniestro, de arriba a abajo, con una felicidad desbordante que contagiaba hasta a quien no tenía nada que ver con este milagro grande, muy grande, que como un abrazo mágico nos venía de estrechar.

Ya amanecía por el arroyo “Labros” cadalseño cuando se oía el canto del cuco. Y yo recordé a todos los que ya no están con nosotros, su abuelo paterno incluido. Alcé la vista y entre el cielo y la Peña seguía Daniel recortando a lo lejos, sobre las nubes, a toros celestiales bellos y buenos. Son los nuestros, los soñados, les dije, los que nunca nos abandonan pase lo que pase.

Tu padrino,

Miguel MORENO GONZÁLEZ






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